Antes, en el siglo pasado y en los que le antecedieron, cuando un artista o creativo deseaba presentar algún trabajo, simplemente se dedicaba a investigar, conseguir los recursos, ponía manos a la obra y ¡voilá!, una obra se unía a la colección, la colección a la trayectoria y es así como muchas trayectorias nacieron para posteriormente consolidarse.
La naturaleza del arte es que deben existir obras para que los actores culturales puedan ser considerados como creadores, es una lógica que no necesita de mucha explicación. En resumen, se es artista si se tienen obras, pues las obras son la muestra palpable de una verdadera oferta de valor.
Sin embargo, en últimas fechas, la revolución de la economía de la imaginación y el poder que han adquirido los emprendimientos culturales y creativos, plantean una dinámica un poco aterradora, un escenario en donde con la intención basta (aunque esa intención nunca logré traducirse en los planes concretos).
Se trata de proyectos y planes, de bocetos y servilletas con programas enteros, vivimos en la época en donde se planea más que antes, pero se planea como las gallinas, durante mucho tiempo para volar muy bajo. Es decir que mucho ruido y pocas nueces.
El suceso es en parte el resultado de la crianza de las nuevas generaciones y por tanto sus modelos conductuales, una sociedad que soporta a generaciones con altas dosis de gratificación y confort, pocas veces puede obtener a cambio más que hojas y formatos solicitando la libertad de hacer lo que en el pasado se hacía sin permiso, se hacía para rebelarse, para expresar y al expresarse, crear.
Desde mi óptica es un retroceso ante el arrojo mismo que requiere el arte, volvimos a la etapa en donde nuestros padres nos ayudan a concluir el sistema solar de plastilina y bolas de unicel. Es una decisión como he dicho perturbadora, pues entre lo corporativo de la cultura y la burocratización del arte, se ha ido esfumando el encanto propio de la libertad, de lo fresco y espontáneo.
A veces llega a la agencia, alguno que otro emprendedor que con cara de pocos amigos y miles de quejas, piden se le ayude a la consolidación de una marca. Lo anterior es increíble, cualquiera por lógica dejaría pasar la cuenta, pero como decimos en México: ‘trabajo es trabajo’. Lo lamentable del asunto es que trabajar para alguien con tan bajo nivel de actitud, es un acto suicida del que muchos mercadólogos cuerdos, deben huir antes de convertirse en esos zombie-clientes.
Lo complejo de los emprendedores proyectistas, es que nunca tienen algo por mostrar, además su ánimo cambiante puede terminar por generar grandes fricciones, entre sus sueños y su metas. Algunos mercadólogos toman el reto, pues consideran que de lograrse, será un caso de éxito, muy a pesar de todos los pesares.
Desde mi perspectiva particular, reitero que es mejor que digan ‘aquí corrió, que ahí quedó’. A veces por intentar alimentar el ego, olvidamos el verdadero sentido del marketing: hacer rentable, confortable e inspiradora la vida.
Tal vez, la obra más grande del siglo es el sinnúmero de intensiones vaciadas en planes, la pieza clave radica en el avance administrativo, aunque este tenga algunos puntos de retroceso. Por un lado, la administración se ha vuelto una disciplina que fomenta la planeación, pero al mismo tiempo nos ha frenando, como si por obtener las validaciones necesarias, hubiésemos comenzado a adoptar una postura cobarde y conformista.
Entre que son peras o manzanas, le cuento que mis investigaciones sobre los emprendedores culturales, me recuerdan que en Latinoamérica está latente la lucha por la aplicación rigurosa de la administración, por lo que cualquier actividad de capacitación gerencial, es un avance significativo para los negocios.
Otra situación, se basa en que los emprendedores deben estar atentos de no asfixiar su propuesta para convertirse al 100% en lo que buscan las personas, pues se trata de un equilibrio entre lo que se desea expresar y lo que demandan los consumidores de arte, cultura y creatividad.
Óscar Asero, mi socio y su servidor, hemos visto que los emprendedores que consiguen ir más allá de la proyección de sus ideas, es porque cuentan con una filosofía genuina de vida y de trabajo. Son personas y negocios que han sabido construir su propia cultura, sus valores y la identidad de su oferta, logrando así diferenciarse.
Para seleccionar a un emprendedor de la industria de la imaginación, el primer criterio es ver que mientras sueña, tenga los pies sobre la tierra con uno que otro resultado, premio, colección, invento o producto.
En una próxima colaboración, les compartiré los puntos fundamentales para consolidar el posicionamiento de un emprendedor cultural y creativo, mientras tanto, un espacio para reflexionar.
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